1. Se
sabe que el noveno códice contiene los Hechos de los Apóstoles y el
Apocalipsis, porque está probado también que el Apocalipsis -esto es,
Revelación- es del apóstol Juan.
Encontramos
los comentarios en griego de san Juan, obispo de Constantinopla, a los Hechos de
los Apóstoles. Con la ayuda del Señor, nuestros amigos los tradujeron en dos
códices de cincuenta y cinco homilías.
2. La
exposición de san Jerónimo aclara ciertamente el Apocalipsis, [libro] que
conduce los ánimos de los lectores que se esmeran en él hacia una contemplación
superior, y hace discernir con la mente lo que los ángeles son felices de ver.
También
el frecuentemente mencionado obispo Victorino trató brevemente sobre algunos
pasajes difíciles de este libro.
Y Vigilio
–obispo africano– disertó acerca del sentido del milenio que se menciona en el
citado Apocalipsis, lo que constituye un grave problema para muchos, con una
escogida y completísima narración.
3.
Incluso Ticonio el Donatista dijo ciertas cosas sobre el mismo volumen [del
Apocalipsis] que no se deben rechazar; otras, sin embargo, las mezcló con los
venenos de su herejía. Al leerlo, puse competentemente –a mi parecer– en todos
los dichos que pude encontrar, un chresimon
en los buenos, y un achriston en los
malos.
Os
aconsejamos que hagáis vosotros lo mismo con los expositores sospechosos, para
que el ánimo del lector no se turbe confundido por la mezcla de una enseñanza
nefasta.
4.
También san Agustín enseñó cuidadosa y destacadamente muchas cosas sobre ese
volumen en los libros de La Ciudad de Dios.
En
nuestros días, el beato Primasio, obispo africano, también expuso
cuidadosamente la mencionada Apocalipsis, con un trabajo minucioso en cinco
libros.
A ellos
se añadió el libro ¿Qué constituye a alguien en hereje?, de argumentación
sumamente cauta. Estas cosas son dignas de ser ofrecidas en el templo del Señor
como sacras ofrendas sobre los altares sagrados.
Casiodoro, Iniciación a las Sagradas Escrituras (Institutiones divinarum litterarum), ed. castellana, Ciudad Nueva, Madrid 1998, pág. 121–123.
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