¿Puede contarse entre los heterodoxos
españoles al padre Lacunza?
Una tradición antigua y venerable, tanto de los hebreos como de los cristianos,
aceptada y confirmada por algunos padres Apostólicos y por el apologista San
Justino, afirmaba que el estado presente del mundo perecerá dentro del sexto
milenio. Para ellos los seis días del Génesis eran, a la vez que relato de lo
pasado, anuncio y profecía de lo futuro. En seis días había sido hecha la
fábrica del mundo y seis mil años había de durar en su estado actual, imperando
luego justicia y verdad sobre la tierra y siendo desterrada toda prevaricación
e iniquidad. Este séptimo millar de años llámase comúnmente el reino de los
milenaristas o chialistas. San Jerónimo (sobre el cap. 20 de Jeremías) no se
atrevió a seguir ni tampoco a condenar esta tesis, ya que la habían adoptado los
santos y mártires cristianos, por lo que opina que a cada cual le es lícito
seguir su propia opinión al respecto, reservándolo todo al juicio de Dios. Lo que desde luego fue
anatematizado es la sentencia de los ‘milenarios carnales’, que suponían que
esos mil años habían de pasarse en continuos convites, francachelas y deleites
sensuales.
El parecer de los ‘milenarios puros o espirituales’ tuvo en el siglo
XVIII un defensor fervorosísimo en el jesuita chileno padre Lacunza, uno de los
desterrados de la Compañía, varón tan espiritual y de tanta oración, que de él dice su mismo
impugnador, el P. Bestard: “todos los días persevera inmoble en oración por
cinco horas largas, cosido su rostro sobre la tierra”. Murió ahogado en uno de los
lagos de Alta Italia a principios de este siglo, y no parece sino que
aquellas aguas ahogaron también toda noticia de su persona, aunque esta
oscuridad, que no han conseguido disipar los mismos biógrafos de su orden,
no alcanza a su doctrina, que tuvo largas resonancias y provocó muchas
polémicas, ni a su obra capital, La Venida del Mesías en Gloria
y Majestad.
La compuso en lengua castellana, pero otro jesuita americano la tradujo al latín, y así circuló por Europa. Del original hay por lo menos tres ediciones y algunos manuscritos, todos discordes en puntos muy sustanciales. La obra, desde 1824, fue incluida en el Índice de Roma, razón suficiente para que derrengara por sospecha de error. Sin embargo, no todo libro prohibido es herético. Notables y ortodoxísimos teólogos dieron su aprobación al libro del P. Lacunza, a quien consideraron sagaz y penetrante expositor de las Escrituras. Aun cuando no se considere útil su lección para todo linaje de gentes, es inevitable hacerse esta pregunta: ¿fue condenada La Venida del Mesías por su doctrina milenarista o por alguna otra cuestión secundaria?
La compuso en lengua castellana, pero otro jesuita americano la tradujo al latín, y así circuló por Europa. Del original hay por lo menos tres ediciones y algunos manuscritos, todos discordes en puntos muy sustanciales. La obra, desde 1824, fue incluida en el Índice de Roma, razón suficiente para que derrengara por sospecha de error. Sin embargo, no todo libro prohibido es herético. Notables y ortodoxísimos teólogos dieron su aprobación al libro del P. Lacunza, a quien consideraron sagaz y penetrante expositor de las Escrituras. Aun cuando no se considere útil su lección para todo linaje de gentes, es inevitable hacerse esta pregunta: ¿fue condenada La Venida del Mesías por su doctrina milenarista o por alguna otra cuestión secundaria?
Cierto que un teólogo mallorquín, Fr. Juan Buenaventura Bestard,
comisario general de la Orden de San Francisco en Indias, combatió con acritud
el sistema entero del P. Lacunza en unas Observaciones, impresas a
seguida de la prohibición de Roma, en 1824 y 1825. Pero la
cuestión del milenarismo (espiritual, se entiende) es
opinable, y aunque la opinión del reino temporal de Jesucristo en la tierra
tenga contra sí a casi todos los padres, teólogos y expositores desde fines
del siglo V en adelante, comenzando por San Agustín y San Jerónimo, también es
verdad que otros Padres más antiguos la profesaron y que la Iglesia nada ha
definido al respecto, pudiendo tacharse, a lo sumo, de inusitada y peregrina la tesis que
con gran aparato de erudición bíblica y no poca sutileza de ingenio quiere
poner a salvo el P. Lacunza. Ni ha de tenerse por herejía el afirmar, como él
lo hace, que Jesucristo ha de venir en gloria y majestad, no sólo a juzgar a
los hombres, sino a reinar por mil años sobre los justos en el mundo renovado y
purificado, que será como un traslado de la celestial Sión.
Otras debieron ser, pues, las causas de la prohibición del libro del
supuesto Ben Ezra y, a mi entender, pueden reducirse a las siguientes:
1ª.- La demasiada ligereza y temeridad con la que suele apartarse del
común sentir de los expositores del Apocalipsis, aun de los más sabios, santos
y venerados, tachándolos desde el discurso preliminar de su obra de haber
enderezado todo su conato a acomodar las Profecías a la Primera Venida del
Mesías…, “sin dejar nada o casi nada para segunda, como si sólo se tratase de
dar materia para discurso predicables o de ordenar algún oficio de Adviento”.
2ª.- Algunas sentencias raras y personales suyas, de que apenas se
encuentra vestigio en ningún otro escriturario antiguo ni moderno, v. g., la de
que el anticristo no ha de ser una persona particular, sino un cuerpo moral, y
la de total prevaricación del estado eclesiástico en los días del anticristo.
3ª.- Las durísimas y poco reverentes insinuaciones que hace acerca de
Clemente XIV, autor del breve de extinción de la Compañía.
4ª .- El peligro que hay siempre de tratar tan altas cosas , de
misterios y profecías, en lengua vulgar, por ser ocasión de que muchos
ignorantes, descarriados por el fanatismo, se arrojen a dar nuevos y
descabellados sentidos a las palabras apocalípticas, como vemos que cada día
sucede.
Por todas estas razones, y sin ser hereje, fue condenado el P. Lacunza,
y por todas ellas debe hacerse aquí memoria de él, salvando sus intenciones y
su catolicismo, y no mezclándole en modo alguno con la demás gente non
sancta de la que se habla en este libro.
La publicación de la Venida del Mesías dio ocasión a varios escritos
apologéticos y a nuevas explicaciones y censuras. Por entonces compuso el
célebre párroco de San Andrés, de Sevilla, D. José María Roldán, uno de los
poetas de la pléyade sevillana de finales del siglo XVIII, un libro que rotuló El
Ángel del Apocalipsis, manuscrito hoy en la Biblioteca Colombina. Roldán en
algunas cosas da la razón al Padre Lacunza; en otras muchas difiere,
defendiendo, sobre todo, que el anticristo ha de ser persona humana y no cuerpo
político y que el Reino de Jesucristo durante el milenio ha de ser espiritual
en las almas de los justos y no temporal y visible. Al mismo parecer, que
pudiéramos llamar milenarismo mitigado, se acostó D. José Luyando,
Director del Observatorio Astronómico de San Fernando, que envió a Roma un
comentario escrito sobre el Apocalipsis, sin lograr licencia para la impresión,
aunque se alabó su piedad y buen deseo.
Ni fueron estas solas las semillas que dejó el libro de
Josafat-Ben-Ezra. Todavía en estos últimos años reapareció lo sustancial de su
enseñanza, aumentado con otras nuevas y peregrinas invenciones, en un libro del Arcipreste
de Tortosa, señor Sanz y Sanz, intitulado Daniel o la proximidad del
fin del siglo, obra que fue inmediatamente prohibida en Roma por las mismas
causas que la del P. Lacunza y además por querer fijar fechas a los futuros
contingentes, anunciando, entre otras cosas, el fin del mundo para 1895 y dando
grandes pormenores sobre el reino de los milenarios, hasta decir que “en él
será restituida al hombre en toda su pureza la imagen de Dios con que fue
criado y que llegará a ser perfecto y hermosos, como lo era Adán al salir de
las manos de Dios”.
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles
libro VI, Adición al capítulo 4, edición nacional de las obras completas de
Menéndez y Pelayo, CSIC, Madrid 1947, tomo V pág. 476-481.
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