[1] Martirologio Romano, 2 de noviembre.
[2] San Jerónimo, De viris illustribus, 74.
Reflexiones serenas sobre el milenismo
[1] Martirologio Romano, 2 de noviembre.
[2] San Jerónimo, De viris illustribus, 74.
1. Se
sabe que el noveno códice contiene los Hechos de los Apóstoles y el
Apocalipsis, porque está probado también que el Apocalipsis -esto es,
Revelación- es del apóstol Juan.
Encontramos
los comentarios en griego de san Juan, obispo de Constantinopla, a los Hechos de
los Apóstoles. Con la ayuda del Señor, nuestros amigos los tradujeron en dos
códices de cincuenta y cinco homilías.
2. La
exposición de san Jerónimo aclara ciertamente el Apocalipsis, [libro] que
conduce los ánimos de los lectores que se esmeran en él hacia una contemplación
superior, y hace discernir con la mente lo que los ángeles son felices de ver.
También
el frecuentemente mencionado obispo Victorino trató brevemente sobre algunos
pasajes difíciles de este libro.
Y Vigilio
–obispo africano– disertó acerca del sentido del milenio que se menciona en el
citado Apocalipsis, lo que constituye un grave problema para muchos, con una
escogida y completísima narración.
3.
Incluso Ticonio el Donatista dijo ciertas cosas sobre el mismo volumen [del
Apocalipsis] que no se deben rechazar; otras, sin embargo, las mezcló con los
venenos de su herejía. Al leerlo, puse competentemente –a mi parecer– en todos
los dichos que pude encontrar, un chresimon
en los buenos, y un achriston en los
malos.
Os
aconsejamos que hagáis vosotros lo mismo con los expositores sospechosos, para
que el ánimo del lector no se turbe confundido por la mezcla de una enseñanza
nefasta.
4.
También san Agustín enseñó cuidadosa y destacadamente muchas cosas sobre ese
volumen en los libros de La Ciudad de Dios.
En
nuestros días, el beato Primasio, obispo africano, también expuso
cuidadosamente la mencionada Apocalipsis, con un trabajo minucioso en cinco
libros.
A ellos
se añadió el libro ¿Qué constituye a alguien en hereje?, de argumentación
sumamente cauta. Estas cosas son dignas de ser ofrecidas en el templo del Señor
como sacras ofrendas sobre los altares sagrados.
Casiodoro, Iniciación a las Sagradas Escrituras (Institutiones divinarum litterarum), ed. castellana, Ciudad Nueva, Madrid 1998, pág. 121–123.
Los
mil doscientos sesenta días de 11,3 y 12,6 corresponden exactamente a los
cuarenta y dos meses (cada uno de treinta días) de 11,2 y 13,5. En 12,6 se dice
que la permanencia de la mujer en el desierto, de que se habla en 12,1, tendrá
la duración de mil doscientos sesenta días (el equivalente de tres años y
medio, en años de trescientos sesenta días); en 12,14 se dice luego que tal
duración será de «un tiempo, tiempos y medio tiempo»; la comparación de los dos
pasajes nos permiten concluir que por «un tiempo» hay que entender un año; y
por «tiempos» (número dual en el origen griego) dos años. Son, pues, tres
indicaciones cronológicas diversas que designan el mismo espacio de tiempo y se
refieren concretamente al período de la actividad del Anticristo[1],
de la gran tribulación de la Iglesia[2].
También en otros pasajes del NT se habla del período de tres años y medio como
de tiempo de desgracia. Así, según Lc 4,25 y Sant 5,17, la gran sequía
producida por el profeta Elías como castigo de Dios[3]
tuvo la duración de tres años y medio, circunstancia que el AT no precisa.
El
uso que el Apocalipsis hace de la cifra tres años y medio, o mil doscientos
sesenta días, o cuarenta y dos meses, proviene del libro de Daniel, donde
señalan el tiempo de la gran tribulación de Israel (de junio de 168 a diciembre
de 165 a.C.) durante el reinado de Antíoco IV Epífanes, quien se había
propuesto borrar por completo toda huella de religión judía. Según Dan 7,25 (y
12,7), los santos del Altísimo serán entregados en manos de este rey,
simbolizado en el cuerno pequeño, por el espacio de «un tiempo, tiempos y medio
tiempo». Según 9,27, la misma tribulación, y en particular la desolación del
templo, dura «media semana». Las cifras empleadas en 8,14 y 12,1ls para indicar
los días nos dan la certeza de que «un tiempo» en 7,25 significa un año, y la
«semana» de 9,27 es una semana de años.
Wikenhauser, Alfred, El Apocalipsis de San Juan, Herder, Barcelona 1969, págs. 147–148